lunes, 12 de junio de 2017



Personalidad del Espíritu Santo




En base a muchos textos, se ha propuesto que el Espíritu Santo es una persona, para el teólogo medieval Tomas de Aquino, esto es una realidad, en efecto; para él, «existe como persona subsistente». Los trabajos de escrituristas y teólogos conservadores y fundamentalistas protestantes, se inician hablando de la personalidad del Espíritu[1].
Resultado de imagen para máscaraCabe señalar que el vocablo persona (πρόσωπον) significó en sus orígenes máscara y deriva del lenguaje teatral. Alude a la desfiguración artificiosa de la voz del actor (personare). Su significado actual coincide exactamente con el del término sociológico rol. La sociología del rol ha tomado también este término del teatro, para aplicarlo a las funciones sociales del individuo humano. 


     Historia teológica del término

El concepto de persona fue formulado por primera vez, estrictamente, en la reflexión teológica cristiana, al pensar la fe cristológica y trinitaria, sobre todo entre los siglos II-V. En la teología latina el concepto de persona fue utilizado primariamente por el modalismo sabeliano: un Dios en tres disfraces. Desde entonces el concepto, que en un principio fue aplicado a los tres distintos (la Trinidad de personas) que coparticipan de la única naturaleza divina, se usó también para explicar la doble naturaleza (divina y humana) que existe en la unión hipostática de la única e indivisible persona de Cristo (Concilio de Nicea, año 325).

El interés inicial de la reflexión patrística sobre la persona no fue antropológico; es decir, sus autores no pretendían explicarse filosóficamente a sí mismos, sino el misterio trinitario, así como también dar cuenta de la unión hipostática que la fe cristiana afirma entre las dos naturalezas (divina y humana) en la única persona (divina) de Cristo. Tertuliano fue quien vertió la palabra griega πρόσωπον al concepto latino persona, propio del derecho romano, pero ahora ampliando su extensión significativa a todo hombre, e incluso al feto humano, pues, decía, «ya es una persona quien está en camino de serlo». Tertuliano distinguió, asimismo, entre persona y sustancia, al afirmar que en Dios subsisten tres personas en la única sustancia. Substancia ha de entenderse aquí, no en su sentido metafísico, sino en el sentido que le daba la jurisprudencia de la época. Dentro de este contexto, la «substancia» corresponde a la propiedad y al derecho que una persona tiene a ella. La «persona», por otra parte, ha de entenderse en el sentido de «persona jurídica» más bien que en su sentido usual. La «persona» es un ser que tiene cierta «substancia». Es posible que varias personas tengan una misma substancia, o que una sola persona tenga más de una substancia. A partir de este concepto de substancia y de persona, Tertuliano afirma la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin negar su distinción: los tres participan de una misma e indivisa substancia, pero no por ello dejan de ser tres personas diversas, «tres, no en condición (status), sino en grado; no en substancia, sino en forma; no en potestad, sino en su aspecto (species); pero de una substancia y de una condición; y de una potestad; porque es un Dios en el que, bajo el nombre de Padre, Hijo y Espíritu Santo, se distinguen estos grados, y formas, y aspectos».

La teología griega, en cambio, utilizó muy pronto, junto al término prosopon, el término hypostasis en la doctrina de la trinidad. El término hipóstasis no significa la máscara o el modo de aparición, sino la existencia individual de una naturaleza. Para que el término latino persona llegue a significar esto mismo, debe modificarse, cobrando una profundidad ontológica: no puede designar ya la máscara o el rol cambiante, sino por el contrario la existencia inconfundible, intransferible y propia. 

     Aplicación teológica del término

De acuerdo con Charles Ryrie, el Espíritu es una persona por cuanto tiene intelecto, emociones y voluntad propia. Para Ryrie, el que tenga intelecto, habla de: a). que el Espíritu conoce y escudriña las cosas de Dios (1 Cor 2,10-11; cf. Is. 11,2; Ef 1,17). b). El que tenga emociones o sensibilidad, es una prueba adicional de su personalidad, argumentándose el hecho con la lectura de Ef 4,30, Rom 15,30. c) y que el Espíritu tenga voluntad es validad por el hecho de distribuir dones a los hombres (1ª Cor 12,11). Para Ryrie, sin embargo el Espíritu es una persona distinta del ser humano.

En opinión de Karl Rahner, el que Dios sea una persona, pertenece a los postulados fundamentales de la fe, pero su carácter personal no se relaciona con nosotros, al hablar del carácter personal de Dios se hace por medio de la analogía, ya que  Dios no es una persona en el mismo sentido que nosotros los seres humanos lo somos. Pero Dios es verdaderamente una persona por ello Dios no puede ser reducido a una cosa. Dios es la base de lo absoluto de todas las cosas, absoluto porque es irreductible, y en opinión de Rahner el Espíritu es co-igual con el Padre.

Ahora bien, los autores bíblicos del Nuevo Testamento no piensan en términos metafísicos, sino más bien en términos judaicos y usando la correspondencia semántica de la época. Si leemos en Pablo del Espíritu como entristeciéndose, esto está en asociación con el pensamiento del Antiguo Testamento, donde se muestran características de Dios asociadas con los hombres. Uno de estos rasgos son las antropopatías, que son que adscripciones de sentimientos y pasiones humanos a Dios. Lo mismo sucede con el hecho de que la divinidad hable, lo cual es entendido como antropomorfismo. Entonces, en cada uno de los rasgos en que se le asocia al Espíritu características humanas se debe ver antes que cualquier cosa; el hecho de que se escribe el Nuevo Testamento pensando en el Antiguo Testamento, y que “el Espíritu puede ser presentado con aquella fuerza que se apropia del hombre en situaciones especiales y momentos o que le es dada en estas circunstancias, que produce una situación transitoria o posibilita actuaciones especiales..."[2].  

Entonces, hablar de que el Espíritu se puede entristecer, que tiene voluntad o que puede hablar es del todo impropio, decir que "todo pecado es doloroso para Dios, pero el pecado en sus hijos le rompe el corazón" como dice MaCarthur en su comentario a los Efesios, p. 236; es desconocer la forma de hablar de los autores judíos y la figuras de dicción usadas en la Biblia.



[1] Véase: Edwin H. Palmer. El Espíritu Santo, pp. 9-11. Charles C. Ryrie. El Espíritu Santo, pp. 11-18.
[2] Rudolf Bultmann. Teología del Nuevo Testamento, p. 210.

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