Personalidad del Espíritu Santo
En base a muchos textos, se ha propuesto que el Espíritu Santo es una persona, para el teólogo medieval Tomas de Aquino, esto es una realidad, en efecto; para él, «existe como persona subsistente». Los trabajos de escrituristas y teólogos conservadores y fundamentalistas protestantes, se inician hablando de la personalidad del Espíritu[1].
Cabe señalar que el vocablo persona (πρόσωπον) significó en sus orígenes máscara y deriva del lenguaje teatral. Alude a la desfiguración artificiosa de la voz del actor (personare). Su significado actual coincide exactamente con el del término sociológico rol. La sociología del rol ha tomado también este término del teatro, para aplicarlo a las funciones sociales del individuo humano.
Historia teológica del término
El
concepto de persona fue formulado por primera vez, estrictamente, en la
reflexión teológica cristiana, al pensar la fe cristológica y trinitaria, sobre
todo entre los siglos II-V. En la teología latina el concepto de persona fue
utilizado primariamente por el modalismo sabeliano: un Dios en tres disfraces. Desde
entonces el concepto, que en un principio fue aplicado a los tres distintos (la
Trinidad de personas) que coparticipan de la única naturaleza divina, se usó
también para explicar la doble naturaleza (divina y humana) que existe en la
unión hipostática de la única e indivisible persona de Cristo (Concilio de
Nicea, año 325).
El
interés inicial de la reflexión patrística sobre la persona no fue
antropológico; es decir, sus autores no pretendían explicarse filosóficamente a
sí mismos, sino el misterio trinitario, así como también dar cuenta de la unión
hipostática que la fe cristiana afirma entre las dos naturalezas (divina y
humana) en la única persona (divina) de Cristo. Tertuliano fue quien vertió la
palabra griega πρόσωπον al
concepto latino persona, propio del derecho romano, pero ahora ampliando su
extensión significativa a todo hombre, e incluso al feto humano, pues, decía,
«ya es una persona quien está en camino de serlo». Tertuliano distinguió,
asimismo, entre persona y sustancia, al afirmar que en Dios subsisten tres
personas en la única sustancia. Substancia ha de entenderse aquí, no en su
sentido metafísico, sino en el sentido que le daba la jurisprudencia de la
época. Dentro de este contexto, la «substancia» corresponde a la propiedad y al
derecho que una persona tiene a ella. La «persona», por otra parte, ha de
entenderse en el sentido de «persona jurídica» más bien que en su sentido
usual. La «persona» es un ser que tiene cierta «substancia». Es posible que
varias personas tengan una misma substancia, o que una sola persona tenga más
de una substancia. A partir de este concepto de substancia y de persona,
Tertuliano afirma la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sin negar su
distinción: los tres participan de una misma e indivisa substancia, pero no por
ello dejan de ser tres personas diversas, «tres, no en condición (status), sino
en grado; no en substancia, sino en forma; no en potestad, sino en su aspecto
(species); pero de una substancia y de una condición; y de una potestad; porque
es un Dios en el que, bajo el nombre de Padre, Hijo y Espíritu Santo, se
distinguen estos grados, y formas, y aspectos».
La
teología griega, en cambio, utilizó muy pronto, junto al término prosopon, el
término hypostasis en la doctrina de la trinidad. El término hipóstasis no
significa la máscara o el modo de aparición, sino la existencia individual de
una naturaleza. Para que el término latino persona llegue a significar esto
mismo, debe modificarse, cobrando una profundidad ontológica: no puede designar
ya la máscara o el rol cambiante, sino por el contrario la existencia
inconfundible, intransferible y propia.
Aplicación teológica del término
De
acuerdo con Charles Ryrie, el Espíritu es una persona por cuanto tiene
intelecto, emociones y voluntad propia. Para Ryrie, el que tenga intelecto,
habla de: a). que el Espíritu conoce y escudriña las cosas de Dios (1 Cor 2,10-11;
cf. Is. 11,2; Ef 1,17). b). El que tenga emociones o sensibilidad, es una prueba
adicional de su personalidad, argumentándose el hecho con la lectura de Ef
4,30, Rom 15,30. c) y que el Espíritu tenga voluntad es validad por el hecho de
distribuir dones a los hombres (1ª Cor 12,11). Para Ryrie, sin embargo el
Espíritu es una persona distinta del ser humano.
En
opinión de Karl Rahner, el que Dios sea una persona, pertenece a los postulados
fundamentales de la fe, pero su carácter personal no se relaciona con nosotros,
al hablar del carácter personal de Dios se hace por medio de la analogía, ya
que Dios no es una persona en el mismo
sentido que nosotros los seres humanos lo somos. Pero Dios es verdaderamente
una persona por ello Dios no puede ser reducido a una cosa. Dios es la base de
lo absoluto de todas las cosas, absoluto porque es irreductible, y en opinión
de Rahner el Espíritu es co-igual con el Padre.
Ahora
bien, los autores bíblicos del Nuevo Testamento no piensan en términos
metafísicos, sino más bien en términos judaicos y usando la correspondencia
semántica de la época. Si leemos en Pablo del Espíritu como entristeciéndose,
esto está en asociación con el pensamiento del Antiguo Testamento, donde se
muestran características de Dios asociadas con los hombres. Uno de estos rasgos
son las antropopatías, que son que adscripciones de sentimientos y pasiones
humanos a Dios. Lo mismo sucede con el hecho de que la divinidad hable, lo cual
es entendido como antropomorfismo. Entonces, en cada uno de los rasgos en que
se le asocia al Espíritu características humanas se debe ver antes que cualquier
cosa; el hecho de que se escribe el Nuevo Testamento pensando en el Antiguo
Testamento, y que “el Espíritu puede ser presentado con aquella fuerza que se apropia
del hombre en situaciones especiales y momentos o que le es dada en estas circunstancias,
que produce una situación transitoria o posibilita actuaciones especiales..."[2].
Entonces, hablar de que el Espíritu se puede entristecer, que tiene voluntad o que puede hablar es del todo impropio, decir que "todo pecado es doloroso para Dios, pero el pecado en sus hijos le rompe el corazón" como dice MaCarthur en su comentario a los Efesios, p. 236; es desconocer la forma de hablar de los autores judíos y la figuras de dicción usadas en la Biblia.
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