domingo, 22 de julio de 2012

Alianzas en el Antiguo Oriente


      Por César Moreno González, este capítulo es parte de la monografía: El Pacto en el Antiguo Testamento.

Fundamentalmente, estas alianzas eran de índole comercial. Estas se fijaban mediante tratados, los que garantizaban ciertas regalías por las partes, por otro lado, también estos tratados estaban en relación directa con la protección que podía recibir un grupo determinado.

a.    Tratados comerciales

En los registros del bronce antiguo (XXXI – XXI a.C.), se sitúa la ciudad-estado de Ebla. Los hallazgos arqueológicos han evidenciado que existían tratados o más bien acuerdos entre este reino y el de Mari, al que el reino de Ebla pagaba tributos. El papel de Mari estuvo condicionado por su paso obligado entre la baja Mesopotamia y Siria, análogo al de Assur en el Tigris. Pero en el caso de Mari el territorio de su red comercial potencial estaba en manos de Ebla, por lo que se infiere un acuerdo entre ambos reinos con fines comerciales. La ciudad-estado de Ebla, a su vez, hizo alianzas con otras ciudades por temas económicos, de esta forma; existió un tratado entre  Ebla y la ciudad de Abarsal, “que incluye la lista de todo lo que están en mano del rey de Ebla, es decir, bajo su control y responsabilidad. Gracias a acuerdos de este tipo, la actividad de los mercaderes podía extenderse a ambas redes, sin que las ciudades perdieran su control sobre dos zonas separadas, en cada una de las cuales la organización y las ventajas fiscales correspondían a una de las partes”[1].  
Por otro lado (en el bronce medio XXI a XIX a.C)[2], según constan en los textos paleoasirios, además de las figuras de reyes, aparecen algunos funcionarios nativos. Donde el más importante de todos parece ser el jefe de las ciudadelas, especialmente en los sectores que están más en contacto con el comercio. Detrás de esta organización, se evidencian unos estados palatinos bastante bien organizados, capaces de entablar relaciones jurídicas y comerciales con los asirios. “Son relaciones de carácter contractual. Se basan en la firma de tratados, confirmados por un juramento solemne, entre cada nuevo rey el karum central de kanish o el karum anejo a la propia ciudad”[3]. De esta forma, el rey local permite que la colonia asiria permanezca en su territorio y se dedique al comercio garantizándole la protección no tan solo en la ciudad sino a través de los recorridos caravaneros. Estas alianzas llegaban a su fin cuando había disputas entre dos o más ciudades-estado.

b.    Tratados interdinásticos

Otra forma de alianzas, la constituían los matrimonios entre hijos de distintos reinos para intensificar el poderío militar y hacer frente común con alguna potencia superior,  o con el fin de hacer las paces. Los reyes de Ur aplicaron esta política alternando entre la amistad y la amenaza con los reyes elamitas.
Para los tiempos del bronce tardío (1550-1200 a.C), en el cual hay importantes invenciones, se suscita un importante dominio de potencias, dándose un sistema de dos niveles. En cuanto a la formalización de las relaciones a causa de alianzas, están se dan en dos tipos; así tenemos relaciones horizontales entre estados del mismo rango y relaciones verticales de subordinación (o de vasallaje). Entre los reyes de igual rango, y fundamentalmente entre grandes reyes, las relaciones políticas son paritarias. Sea cual fuere el poder político, militar, demográfico o económico, todos se reconocen iguales y formalizan esta alianza de igual a igual con los términos de la hermandad, la amistad y la bondad, de acuerdo con una ideología de carácter familiar que guarda estrecha relación con la costumbre de celebrar matrimonios interdinásticos. En un sistema como este, cada cual era responsable de mantener el orden y el control sobre su propio territorio, a fin de facilitar la circulación de mercancías y servicios demandados por las grandes cortes. Para ello los pequeños reinos y principados, solicitaban a menudo, la asistencia de su señor, el gran rey, que enviaba refuerzos militares o establecía guarniciones. En el terreno de los intercambios económicos, que asumieron en gran medida la forma de regalos recíprocos entre las cortes de las grandes potencias, las necesidades incrementadas del comercio exterior, al haber quedado definido un espacio económico más amplio, que rebasa los límites del Próximo Oriente, favorecieron una interacción muy intensa, protegida bien por vía de los métodos diplomáticos o por los del esfuerzo militar. De modo paralelo, en el ámbito interno la alianza entre la realeza y la nueva aristocracia militar supuso una mayor subordinación de los sectores ciudadanos, que verán su situación comprometida, social y económicamente, siendo reemplazados como factor militar por los guerreros de élite, a los que los monarcas entregarán concesiones de tierras para su disfrute.
En Egipto, “Amenofis III estableció numerosas alianzas matrimoniales con princesas extranjeras de Mitanni, Arzawa y Babilonia. Respecto de las alianzas matrimoniales con Mitanni, las fuentes egipcias y acadias señalan que Amenofis III se casó con Gilukhepa, hija de Shuttarna, y con Tadukhepa, hija de Tushratta. Estos matrimonios sucesivos con princesas de Babilonia y Mitanni demuestran que las alianzas matrimoniales unían a los gobernantes en forma personal y a través de ellos a sus estados, de modo que cuando moría el rey extranjero o la princesa enviada, inmediatamente comenzaban las negociaciones para restablecer los lazos de unión que habían sido rotos”[4].

c.    Tratados de vasallaje

El imperio hitita aplicaba en sus relaciones exteriores los mismos principios e instrumentos que regían las relaciones internas. Es fundamental el juramento personal, que vincula al rey pequeño con el grande. Es un tratado escrito de subordinación con clausulas detalladas y precisas. Estas alianzas eran un medio extremadamente importante de regular la conducta entre pueblos, sobre todo en el campo de las relaciones internacionales. Caso característico es el tratado entre el Gran Rey hitita y sus vasallos de Asia Menor y Siria del norte, en los siglos XV-VIII a.C. “Entre los tratados de vasallaje…; tenemos: dos tratados de Alalakh del siglo XV en Siria; el grupo de tratados hititas, entre 1450 y 1200; los tratados de Ras Samra, que caen en la categoría anterior, ya que los impone el rey hitita a su vasallo de Ugarit”[5]. Estos eran tratados de soberanía, los cuales constituían la base formal del imperio. Establecía las condiciones de la relación entre el estado hitita y los vasallos (grupos de pueblos de menor cuantía) que aceptaban la soberanía del imperio. El rey ofrecía proteger a un pueblo a cambio de su apoyo y sus tributos. Esa era la única opción para muchos pueblos atrapados entre potencias mayores, y les proporcionaba medios de seguridad en las épocas de trastornos.
Todos estos tratados presentan algunas diferencias, pero tienen una misma estructura fundamental, que es la siguiente: 1) Preámbulo: nombre y títulos del Gran Rey. 2) Prólogo histórico que recuerda los antecedentes del tratado y los favores otorgados por el Gran Rey. 3) Estipulaciones impuestas al vasallo. 4) Cláusula relativa a la conservación del documento y a su lectura pública. 5) Lista de los dioses invocados como testigos. 6) Maldiciones y bendiciones condicionales.

d.    Tratados de fidelidad

La historia egipcia es testigo de relaciones mantenida con las ciudades-estado de Siria-Palestina, con el fin de “mantener el dominio de las posesiones asiáticas el estado egipcio dispuso de algunas medidas de seguridad tendientes a asegurarse el control de las rutas que atravesaban el corredor sirio-palestino, con el fin de acceder a las zonas proveedoras de materias primas, bienes de subsistencia y de prestigio”[6]. De esta manera, Tuthmosis III y sus sucesores implementaron una política que les dio buenos resultados, la cual materializaron entre otras medidas, en la prestación de juramentos de fidelidad.
En estos tratados, la relación del gobernador local y el faraón de turno no se concretaron de hecho en la estipulación de un pacto bilateral, sino sólo con la prestación de un juramento de fidelidad por parte del jefe local. Es probable que los faraones lo exigieran de todos los príncipes locales en el momento de su designación como «funcionario» al servicio de Egipto, o al comienzo del reinado de un nuevo faraón. El juramento unía a ambas partes mientras los miembros estuvieran vivos y debía ser renovado en el momento en que hubiera un cambio. La «estela de Gebel Barkal» registra el primer texto completo que se conoce de un juramento de fidelidad, prestado aquí a Tuthmosis III. Luego de la primera campaña asiática realizada por Tuthmosis III, el príncipe de Qadesh, junto con otros jefes del Retenu (Siria y Palestina), y la población del lugar prestaron un juramento de fidelidad al rey. Otra referencia a un juramento de fidelidad se encuentra en la «estela de Menfis» de Amenofis II, aunque las palabras del mismo no están explícitas. Para el reinado de Akhenaton se conoce una sola carta que describe una ceremonia de designación de un jefe local y que tal vez hace referencia a un juramento de fidelidad, aunque los términos del mismo no están registrados.

2.    Concepto general de Alianza

a.    Alianza como experiencia social

En los relatos del Antiguo Testamento, la alianza, antes de referirse a las relaciones de los hombres con Dios, pertenece a la experiencia social de los hombres. Al igual que sus vecinos del Antiguo Medio Oriente, Éstos se ligan entre sí con pactos y contratos. Acuerdos entre grupos o individuos iguales que quieren prestarse ayuda: son las alianzas de paz (Gn 14,13; 21,22ss; 26,28; 31,43ss; 1 Re 5,26; 15,19), las alianzas de hermanos (Am 1,9), los pactos de amistad (1 Sa 23,18), e incluso el matrimonio (Mal 2,14). Por otro lado, el pacto es a menudo un contrato que el más poderoso impone al inferior (Jos 9,6ss.; 1 Re 20,34; 1 Sam 11,1ss.). En este caso sólo el poderoso tiene la libertad de decidir, de prestar o no el juramento; el contrayente inferior guarda una actitud meramente pasiva. Este acuerdo parte de la suposición que el sujeto pasivo no obrará ciertamente contra su propio interés, pues rechazar el contrato significaría para él cambiar la protección derivada del mismo por una situación de inseguridad legal muy peligrosa. En otras ocasiones los contrayentes realizan el acuerdo por libre decisión, con mayor o menor paridad de derechos (Gn 21,27. 32; 31,44; 1 Sam 23,18; 2 Sam 5,3). Así entendido, “un pacto es una promesa solemne que se formaliza mediante un juramento que puede ser una formulación verbal o una acción simbólica”[7].

b.    Alianza como comunión íntima

Por otro lado, el Antiguo Testamento “está de acuerdo en que Yahveh ha instituido una relación especial de comunidad con Israel. La mayor parte de las veces se designa esa «comunión» con el término berit, al que se aproxima, aunque no signifique exactamente lo mismo, la palabra «alianza»”[8]. De la etimología de la palabra, la cual es discutida; se ofrece otra explicación, simple y la menos forzada. Parece ser que berit es una formación nominal de la raíz barah (comer juntos) y se refiere originariamente a esa unión íntima que se realiza y se simboliza en la comida. En favor de esta teoría se encuentra el hecho de que la comida no sólo desempeña un papel muy importante en los relatos de alianzas que tienen lugar entre hombres (cf. Gn 26,30; 31,46.54), sino que además la ofrenda de alimentos junto con el banquete sacrificial ocupa un lugar central en la liturgia de la religión de la alianza de Israel. La significación de la cena pascual al hacer presente la acción fundamental de liberación hecha en favor de Israel por el Dios de la alianza, así como el antiguo relato de la comida de la alianza en el Sinaí (Ex 24,11), y, finalmente, el lugar que ocupa el selem (alusión al salôm que se establece por la alianza, en el sentido de plenitud de paz, salvación), es decir, «el sacrificio de comunión», del que forma parte integrante la comida sacrificial.

c.    Alianza como unión graciosa

En los estudios del berit, existe además una especie más antigua de alianza de carácter unilateral, una berit graciosa (Jos. 9; 1 S 18). En esta clase de alianza más antigua de índole nómada, el beneficiario no tiene ni derechos ni obligaciones. En cambio hay otra alianza, que considera la berit como un trato bilateral, como un contrato, para lo cual se hace referencia a David y Jonatán. En este tratado de amistad, la primera actitud propia del berit, y que lo será para siempre, es la lealtad. Es a ella a la que se apela en todo momento, no es al amor o al sentimiento ya que este puede debilitarse. Otras dos actitudes inamovibles, conforman el berit: la solidaridad y la misericordia: acabando de hablar David a Saúl, el alma de Jonatán se apegó al alma de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo (1Sam 18,1). Jonatán se apego a la esencia de esta berit cuando David era perseguido: Haz este favor a tu siervo, ya que hiciste que tu siervo estableciera contigo alianza de Yahvé; si en algo he fallado (1Sam 20,8a). Así entendido, al berit lo precede un amar al otro y a los otros, como a sí mismo. El amor es la base, el fundamento y la fuente del Berit. Berit no es el amor, es el amor elevado a una relación legal.
La celebración del pacto, produce salôm. Así pues la alianza es una relación que tiene por contenido la salôm, una clase de relación donde el que lleva la iniciativa es para significarla. Esta palabra no significa sólo paz, significa totalidad porque comienza una nueva totalidad, un nuevo modo de convivir en una armonía ordenada en la que cada uno cumple sus obligaciones y cuenta con el otro, cada vez que necesita que alguien sea leal, solidario y misericordioso con él.  Finalmente, con respecto a la relación Dios-hombre, solo se contempla la alianza que se concerta graciosamente. Por consiguiente, elección es la forma de expresar la alianza que parte siempre de Dios, y alianza, el modo de decir la elección que, igualmente, arranca solamente de Yahveh. No hay ninguna connotación de deberes por parte del receptor, es decir; no hay relación entre pacto y ley.
 
d.    Alianza como sinónimo de hesed

El hesed es en primer lugar un vínculo jurídico o moral entre unos hombres que se han asociado. La naturaleza de la asociación es diversa. Los miembros próximos de una familia están ligados por los deberes del hesed (los esposos: Abraham y Sara Gn 20,13.; los padres y los hijos: Jacob y José Gn 47,29) En sentido amplio, la familia incluye a los huéspedes (los exploradores, que gozaron de la hospitalidad de Rahab, se vieron obligados por su parte a testimoniarle su hesed  (Jos 2,12-14), lo mismo pasó con el mensajero divino hospedado por Lot (Gn 19,19). Incluye también a los hombres que se reintegran a la familia mediante el rescate: entre Booz y Rut se da el hesed (Rut 3,10). Esta palabra no tiene en este caso ningún sentido afectivo y no deja vislumbrar aquellos sentimientos que más tarde mostraron Booz y Rut el uno al otro; designa la relación jurídica y moral entre el goel y la viuda que tiene que «rescatar», esto es, devolver a la familia. Entre amigos o aliados, la fe jurada es también un hesed (David y Jonatán: 1 S 20,8.14.15; 2 S 9,1.3.7. David y Janún, rey de Ammón: 2 S 10, 2. Jusay  finge traicionar el heded que debe a su amigo David: 2 S 16,17). Los súbditos deben hesed a la dinastía legitima: Yehoyadá se ha portado con hesed ante el joven rey davídico Joás (2 Cr 24,22); por el contrario, los hijos de Israel no han mantenido el hesed con la dinastía de Gedeón (Jue 8, 35).
En todas estas ocasiones hesed es, en el fondo, sinónimo de berit. Se trata de una alianza que impone a los participantes cierto número de deberes jurídicos y morales. El alcance de estos deberes es razonable y se define por el carácter mismo de la alianza. No supera nunca los límites de las exigencias normales de una familia, de una amistad, de una soberanía. Sin el hesed, las relaciones sociales serían anárquicas; mediante el hesed, se mantienen sólidas, y los vínculos de los individuos asociados se hacen reales. Cuando los aliados practican el hesed, manifiestan sencillamente que la alianza no es una palabra vacía, sino que existe de verdad.

3.    Excursus: uso y simbolismo de la sal

En Números 18,19 se nos comenta que todo lo reservado de las cosas sagradas que los israelitas reservan a Yahvé, serán dados a la familia hebrea, por decreto perpetuo. Y el pasaje continúa diciendo: Alianza de sal es ésta, para siempre, delante de Yahvé, para ti y tu descendencia. Pensamiento parecido nos da el sacerdotal de Lv 2,13 (cf. 2 Cr 13,5): Sazonarás con sal toda oblación que ofrezcas; en ninguna de tus oblaciones permitirás que falte nunca la sal de la alianza de tu Dios; todas tus ofrendas llevarán sal.
En el clima caluroso del antiguo Oriente, la sal era necesaria para la salud de hombres y animales, y era el principal agente preservante (los textos de la antigua Mari describen su valor comercial). Cuando se hacían tratados o alianzas, se empleaba sal como símbolo de la duración de sus estipulaciones. Los contextos babilónicos, persas, árabes y griegos testifican todos de este uso simbólico. Asimismo, en la Biblia se identifica el pacto entre el Señor e Israel como un pacto de sal, un pacto preservado por mucho tiempo. Los aliados que celebraban estos acuerdos  por lo general compartían una comida que incluía carne salada. Por lo tanto, el uso de la sal en los sacrificios era una forma apropiada de recordar la relación del pacto. Además, la sal impide que actúe la levadura y, ya que la levadura era símbolo de rebelión, la sal podía representar fácilmente aquello que inhibía la rebelión.


[1] Mario Liverani. El Antiguo Oriente, historia, sociedad y economía, p. 181.
[2] En relación con los hebreos, el Bronce Medio pertenece a la época de los Patriarcas bíblicos, aunque es difícil el fechado preciso de la emigración de Abraham de Mesopotamia y de la de Jacob a Egipto. Según la opinión de Albright, el movimiento de los terahitas desde Ur hacia Harán y hacia el oeste debió de producirse en los siglos XX y XIX a.C., y la emigración a Egipto debe situarse en el XVIII ó el XVII a.C., en relación con el movimiento de los hicsos.
[3] Mario Liverani. Op. cit., p. 295.
[4] Graciela Gestoso S. El intercambio de bienes entre Egipto y Asia Anterior, p. 111.
[5] R. de Vaux. Historia Antigua de Israel I, p. 418.
[6] G. Gestoso S. Op. Cit., p. 72.
[7] W. Dyrness. Op. cit., p. 87.
[8] Alfons Deissler. La revelación personal de Dios en el AT. Op. cit. II, p. 214.

martes, 19 de junio de 2012

Santidad y Alianza


Dios estableció una Alianza con Israel, la cual estaba condicionada por la obediencia. Aparte de llevar una vida religiosa en base a un culto, se necesitaba algo más. El Antiguo Testamento es testigo de la conducta del pueblo: siempre se apartaban. La vida del pueblo dependía básicamente de guardar los mandamientos como muestra de amor a Dios, pero no bastaba con esto, también había que temerlo y tener una comunicación constante a través de la oración. En esto consiste la santidad del pueblo de la Alianza.

1.    Amor a Dios

En el Deuteronomio se ordena a Israel a amar (ájab) a Yahveh su Dios con todo su  corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Así, pues, la forma imperativa (amarás) en que se expresa el mandamiento del amor no es más que una utilización intencionada del estilo legal para inculcar esa pretensión divina fundamental que está por encima de toda ley. Podemos reconocer a estas alturas que este modo de hablar en hebreo significa un amor que surge de la persona completa. El amor es un sentimiento interno que hace que todo el ser participe en sus actividades.
Amor es un término denso. Se trata indudablemente de una palabra de la alianza que conlleva reconocer la soberanía y mantener el juramento de lealtad en el que se basa la alianza. Sin embargo, la dimensión política del término no elimina su dimensión afectiva. Así, en el centro de la obligación de Israel para con Yahveh se encuentra el deseo de agradarle y de estar con él (Sal 27, 4; 73, 25).
Una forma de demostrar el amor a Dios está en el hecho de amar al prójimo, el cual incluye hasta los enemigos (Prov 25,21), en palabras de Tomas de Aquino: «el amor del prójimo implica el de Dios; el de Dios, en cambio, no excluye el del prójimo». Esta máxima enunciada en términos jurídicos abandona la concepción del derecho como rígido límite que circunscribe la conducta social del hombre, para asignarle el papel de signo orientador hacia una vida moral mucho más pujante, que elimina de los contenidos de la ley toda ambición política autocrática y todo interés egoísta, inoculando en ellos su propio espíritu. De esta forma, amor no es un sentimiento hacia Dios, aunque los sentimientos nunca se encuentran totalmente ausentes, sino una entrega interior poderosa que se manifiesta en la obediencia externa. De acuerdo al Deuteronomio, uno ama a Yahveh si guarda sus mandamientos (Dt 13,3-5).

2.    Temor a Dios

«El temor de Dios es semejante al respeto del niño al padre; pero a la vez es algo más» (Otto).
El temor del Señor más que cualquier otra frase, eslabonó la promesa patriarcal con ley y sabiduría. Como un ejemplo, son llamados temerosos Abraham (Gn 22,12), José (Gn 42,18), Job (Jb 1,1), las parteras en Egipto (Ex 1,17), Israel en el éxodo (Ex 14,31). Sin embargo, fue el Deuteronomio el que hizo del temor del Señor el punto focal de interés (algunos ejemplos: 4,10; 5,26; 10,12; 13,4; 28,58). Este temor no era el misterioso sentimiento sobrecogedor de concentración mental, sino el resultado de escuchar, aprender y responder a la Palabra de Dios (4,10). El temor del Señor iba de la mano con el sentimiento de amarlo y servirlo. “En efecto, el amor de Dios no se agota en la esfera sentimental, sino que afecta a todo el hombre y se concreta en la observancia de su palabra, de sus leyes. Por consiguiente, incluye el temor reverencial a traspasar sus preceptos, a fallar en las cláusulas de la alianza”[1]. “Así que temerlo era amarlo, permanecer fiel a él y servirlo[2]. Este temor, se inscribe ante los fenómenos grandiosos, desacostumbrados, aterradores, el hombre experimenta espontáneamente el sentimiento de una presencia que lo desborda y ante la cual se abisma en su pequeñez. Sentimiento ambiguo, en el que lo sagrado aparece bajo el aspecto de lo tremendo sin todavía revelar su naturaleza profunda. Este sentimiento es equilibrado por un conocimiento auténtico de Dios que lleva a la vida, expresado en las máximas de Proverbios: El temor de Yahvé alarga la vida (10,27), es fuente de vida (14,27), conduce a la vida (19,23) y Recompensa la vida (22,4). De acuerdo a estas ideas, puede decirse que el temor a Dios fue un principio teológico organizado por los sabios de Israel.
El temor al Señor de los hebreos debía ser único. En las religiones paganas, la gente vive con un temor constante a los espíritus que deben tratar de aplacar. El temor de Dios que tenía Israel era más bien una comprensión tremenda de que el santo Dios se había vuelto hacia ellos y los había escogido para que fueran su pueblo. Por consiguiente, debían andar con temor, pero con un temor que conducía a la confianza y el sometimiento, sin la incertidumbre paralizante. La sabiduría, el arte de hacer planes correctos con los cuales lograr el éxito deseado, según el salmista comienza con el temor del Señor (Salmo 111:10).

3.    Obediencia a Dios

La idea básica de obediencia es escuchar, prestar atención. La persona, como criatura de Yahveh, es alguien que escucha cuando éste se dirige a ella en su soberanía. Al expresar Yahveh su voluntad soberana, un elemento clave del ser del hombre es la obediencia, la respuesta al mandato que se ha escuchado.
El hombre, abandonó la simplicidad de la obediencia a Dios cuando intentó ensanchar su naturaleza hacia Dios, buscando un aumento de la vida divina más allá de sus límites creados; en una palabra, cuando quiso ser como Dios. Con esto el hombre echó a perder su existencia en el paraíso de las delicias y en la proximidad con Dios. Cuando el hombre abandona la simplicidad de la obediencia y consigue la ciencia, rebelándose contra Dios, inicia un camino en el cual se manifiesta cada vez más poderoso y titánico.
La obediencia se inscribe en el contexto de la Alianza Sinaítica (Ex 24,7), donde Moisés tomó… el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé”. Y es en el postexilio bajo el recuerdo de lo que significó el no escuchar a Dios donde se matizan las ideas acerca de la obediencia. Por otro lado, en el Deuteronomio, se percibe teológicamente el fenómeno de la desobediencia con todas sus oscuras posibilidades, y es impresionante ver cómo poco antes de la catástrofe, Dios ofrece una vez más la vida a Israel (Dt 30,15 s.). Eliminando casi siete siglos de desobediencia y coloca a Israel de nuevo en el desierto, pendiente de los labios de Moisés.
Finalmente, “Yahveh exige obediencia pero quiere hombres que comprendan sus mandamientos y órdenes, hombres que las aceptan además internamente. Yahveh exige una obediencia adulta. Así el Deuteronomio, preocupado como ningún otro por aclarar en estilo homilético los mandamientos de Yahveh, puede afirmar con toda razón: «El mandamiento está muy cerca de ti, en tu corazón y en tu boca» (Dt 30, 14)”[3]. Con el tiempo, la acción cultual decayó y por eso obedecer era mejor que ofrecer sacrificios.

4.    Oración a Dios

La oración es tanto un acto cultual como una muestra de devoción al Creador. La oración, que establece una relación personal entre el hombre y Dios, es el acto fundamental de la religión.
Eichrodt comenta que por todos lados están las huellas de la oración israelita citando los términos gritar y llamar que son comunes para el vocablo oración (Gn 4,26). “Rastros de antiguas costumbres de oración quedan en el uso de los verbos hitpallel, propiamente "hacerse cortes", y hillah "acariciar", que hacen pensar en la costumbre de herirse para llamar la atención de la divinidad o de rozar con los labios o las manos la imagen o el símbolo de la divinidad, sin que esto quiera decir, naturalmente, que el orante yahvista siguiera siendo consciente de tal significación”[4].
Normalmente se oraba en el templo, es decir, en el atrio, volviéndose hacia el santuario, Sal 5,8; 28,2; 138,2. En el judaísmo posterior a la cautividad, fuera de Jerusalén, se oraba vueltos hacia la ciudad santa y hacia el templo 1 Re 8,44.48. Daniel oraba en su cámara alta junto a una ventana orientada hacia Jerusalén (Dan 6,1). La oración que de acuerdo a su expresión podía ser de pie o de rodillas era una comunicación directa con Dios sin intermediarios celestiales, siendo además una forma de relación devota entre el orante y Yahveh.
Terminamos esta parte con un pensamiento de Rahner: Sublime cosa es la oración. Es una voz que se alza desde las profundidades del corazón. Y ¿qué hay sobre la tierra más elevado que el corazón sencillo, creyente y amante? Es una palabra dicha a Dios que Él escucha con amor y la toma en su corazón. De acuerdo a esta idea la oración va desde adentro hacia afuera, se materializa cuando se piensa o cuando se habla a Yahveh, para el creyente veterotestamentario que se acercaba a Dios con actitud había respuesta, pues Dios tomaba en su suplica, la atesoraba en su corazón y tal como en la tienda del encuentro venía al orante en una respuesta, la historia sagrada nos dice que Ana, estaba ella llena de amargura y oró a Yahvé llorando sin consuelo,…  Mientras ella prolongaba su oración ante Yahvé, Elí observaba sus labios. Ana oraba para sus adentros; sus labios se movían, pero no se oía su voz. Esta actitud piadosa buscaba Yahveh en el Antiguo Testamento, es la misma que busca hoy.


[1] S. A. Panimolle. Amor. En, Nuevo diccionario de teología bíblica. Ediciones Paulinas, p. 73.
[2] W. Kaiser (Jr.). Teología del Antiguo Testamento, p. 213.
[3] Gerhard von Rad. Teología del Antiguo Testamento I, p. 236.
[4] Eichrodt. Teología del Antiguo Testamento I, p. 157. Véase además: Ex 17,16; 32,11; 1 Sm 13,12; 1 R 13,6; 18,28; Os 13,2.

domingo, 4 de marzo de 2012

El Dios de los Patriarcas

En el Antiguo Testamento es descrita una historia de Dios con los patriarcas. Cuando se hacían afirmaciones sobre los patriarcas y se narraba lo que ellos habían experimentado, se hacía referencia a Yahveh, que había hablado y tratado con ellos. Sin embargo; este es un anacronismo desde el punto de vista histórico, “pues los antepasados premosaicos de Israel, no conocían todavía la religión yahvista; incluso el tardío documento sacerdotal sabe que la revelación del nombre de Yahvéh en el período mosaico, significó un corte profundo con el pasado y el comienzo de una era nueva (Ex 6, 2 s.). Los antepasados de Israel anteriores a Moisés se hallaban ligados a otras formas cultuales; adoraban al «dios de los padres»; aun así, este culto tan antiguo tenía cierto parentesco con la religión yahvista posterior”[1]. Así, “el problema, apuntado en Jos. 24, 2 y en Ex. 3, 13, de estos grupos de patriarcas no creyentes todavía, o al menos no desde un principio en Yahvé, queda confirmado por el hecho de que en los relatos que nos ocupan los nombres y denominaciones de Dios varían, apuntando a ámbitos no yahvistas”[2].

De acuerdo a los relatos patriarcales, se habla por ejemplo del escudo de Abraham; que es considerado más un apelativo, sin que sea considerado como un nombre, terror de Isaac (pajad yisjaq) (Gén 31, 42, 53b), fuerte de Jacob ('abîr ya'aqob) (Gén 49, 24) y también roca de Israel (Gén 49, 24). Posiblemente se trate sólo de denominaciones funcionales que caracterizan a la divinidad correspondiente según sus relaciones con el clan, pero que no son nombres de Dios. Además, de las denominaciones el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de Israel, El Shadday, El Olam, El Elyom y El Roy. “Esto significa, según el claro testimonio bíblico, que los patriarcas no veneraban a Yahveh. Si el yahvista pone el comienzo de la adoración a Yahveh ya en la época de los primeros padres (Gén 4, 2), lo hace así de acuerdo con su intención teológica de destacar al Dios de Israel como Señor del mundo”[3].

Por lo anteriormente señalado, los grupos de los Patriarcas aparecen relacionados con distintas formas de mencionarse el dios 'El, y estas denominaciones de 'El, que coexisten con otras, parecen estar vinculadas a determinados santuarios canaanitas. De hecho, en relación a Jacob y en el santuario de Betel, se habla de un 'el bêt-'el (Gn. 28, 16-19, 31, 13, 35, 7, cf. Jer. 48, 13). El lugar sagrado central de Siquem influye tanto en los relatos sobre Abrahán como en los relatos sobre Jacob (Gén 12, 6; 35, 4); sin embargo, la tradición sobre Abrahán parece estar concentrada en torno a Hebrón y al santuario de Mambré (Gén. 18.23), junto a Jaboc (Gén 32, 23-33). Cada uno de estos relatos en que figuran lugares sagrados se distingue por el hecho de que el respectivo patriarca tiene una aparición de Dios, o dicho con más precisión, por el hecho de que se le hace perceptible la fuerza fulminante de un Dios, que en el mismo lugar domina a otros seres de carácter numinoso, evidentemente más primitivos.

Finalmente, ya en un estadio posterior, cuando los adoradores de los dioses de los patriarcas entraron en contacto con Yahvé, éste pudo acoger en sí mismo a los dioses patriarcales, de tal manera que pudieron figurar como legítimo elemento constitutivo de la fe en Yahvé.

- Características del Dios de los Patriarcas

Se observa que este era un: a) un Dios personal. Es decisivo, primero, que la característica más importante de "Dios de..." es su vinculación a las personas. El "Dios de..." no está vinculado a lugar alguno de la naturaleza o de la política, a árboles, piedras o templo. Su identidad reside en su relacionamiento directo e inmediato con personas, b) Los atributos del "Dios de..." en segundo lugar, también nos presenta la divinidad en su dinámica. El "Temor de Isaac" y el "Fuerte de Jacob" califican a este Dios de los padres con categorías de acción e intervención, no de estática y de distancia, c) la religión patriarcal trata de una religión familiar de gente semi-nómada. Esto no se puede deducir de los nombres y títulos de Dios, pero sí de las narraciones como un todo. Se habla de Dios en relación a las realidades familiares y de grupos. No se habla de Dios en relación a las necesidades del Estado o de la tribu. Por lo que este es siempre un Dios familiar, d) Un Dios peregrino. Simultáneamente, el Dios de los padres está correlacionado al grupo migrante de pastores semi-nómadas. Dios es quien protege, para que las personas sedientas encuentren agua (Gn. 16; 21,8ss), para que los hambrientos encuentren pan (Gn. 26; 37ss). Dios bendice para que el rebaño se reproduzca (Gn. 29-33, cf 12,5.16; 13,2). Es Dios quien protege en el camino (Gn. 26,3.24; 28,15; 46,3), esto es, él acompaña al grupo, e) Un Dios de la promesa. La promesa de pastoreo fue reinterpretada y sustituida por promesas de tierra cultivable y gran descendencia (Gn. 12,1-3,7; 15). No obstante, estas promesas, que constituyen el centro de Gen 12-50 en su formulación actual, son posteriores y fueron formuladas con la visión de gente sedentaria, y bajo la experiencia del Estado.



[1] Von Rad. Teología del Antiguo Testamento I, pp. 219-220.

[2] Preuss. Teología del Antiguo Testamento II, p. 17.

[3] Josef Schreiner. Abraham, Isaac y Jacob. La interpretación israelita de la época patriarcal. En, Palabra y mensaje del Antiguo Testamento, p. 111.