Por César Moreno González, este capítulo es parte de la monografía: El Pacto en el Antiguo Testamento.
Fundamentalmente, estas alianzas
eran de índole comercial. Estas se fijaban mediante tratados, los que
garantizaban ciertas regalías por las partes, por otro lado, también estos
tratados estaban en relación directa con la protección que podía recibir un
grupo determinado.
a.
Tratados comerciales
En los registros del bronce antiguo
(XXXI – XXI a.C.), se sitúa la ciudad-estado de Ebla. Los hallazgos
arqueológicos han evidenciado que existían tratados o más bien acuerdos entre
este reino y el de Mari, al que el reino de Ebla pagaba tributos. El papel de
Mari estuvo condicionado por su paso obligado entre la baja Mesopotamia y
Siria, análogo al de Assur en el Tigris. Pero en el caso de Mari el territorio
de su red comercial potencial estaba en manos de Ebla, por lo que se infiere un
acuerdo entre ambos reinos con fines comerciales. La ciudad-estado de Ebla, a
su vez, hizo alianzas con otras ciudades por temas económicos, de esta forma; existió
un tratado entre Ebla y la ciudad de
Abarsal, “que incluye la lista de todo lo que están en mano del rey de Ebla, es
decir, bajo su control y responsabilidad. Gracias a acuerdos de este tipo, la
actividad de los mercaderes podía extenderse a ambas redes, sin que las
ciudades perdieran su control sobre dos zonas separadas, en cada una de las
cuales la organización y las ventajas fiscales correspondían a una de las
partes”[1].
Por otro lado (en el bronce medio XXI
a XIX a.C)[2],
según constan en los textos paleoasirios, además de las figuras de reyes,
aparecen algunos funcionarios nativos. Donde el más importante de todos parece
ser el jefe de las ciudadelas, especialmente en los sectores que están más en
contacto con el comercio. Detrás de esta organización, se evidencian unos
estados palatinos bastante bien organizados, capaces de entablar relaciones
jurídicas y comerciales con los asirios. “Son relaciones de carácter
contractual. Se basan en la firma de tratados, confirmados por un juramento
solemne, entre cada nuevo rey el karum
central de kanish o el karum anejo a
la propia ciudad”[3]. De esta forma, el rey
local permite que la colonia asiria permanezca en su territorio y se dedique al
comercio garantizándole la protección no tan solo en la ciudad sino a través de
los recorridos caravaneros. Estas alianzas llegaban a su fin cuando había
disputas entre dos o más ciudades-estado.
b.
Tratados interdinásticos
Otra forma de alianzas, la constituían
los matrimonios entre hijos de distintos reinos para intensificar el poderío
militar y hacer frente común con alguna potencia superior, o con el fin de hacer las paces. Los reyes de
Ur aplicaron esta política alternando entre la amistad y la amenaza con los
reyes elamitas.
Para los tiempos del bronce tardío
(1550-1200 a.C), en el cual hay importantes invenciones, se suscita un
importante dominio de potencias, dándose un sistema de dos niveles. En cuanto a
la formalización de las relaciones a causa de alianzas, están se dan en dos
tipos; así tenemos relaciones horizontales entre estados del mismo rango y
relaciones verticales de subordinación (o de vasallaje). Entre los reyes de
igual rango, y fundamentalmente entre grandes reyes, las relaciones políticas
son paritarias. Sea cual fuere el poder político, militar, demográfico o
económico, todos se reconocen iguales y formalizan esta alianza de igual a
igual con los términos de la hermandad, la amistad y la bondad, de acuerdo con
una ideología de carácter familiar que guarda estrecha relación con la
costumbre de celebrar matrimonios interdinásticos. En un sistema como este,
cada cual era responsable de mantener el orden y el control sobre su propio
territorio, a fin de facilitar la circulación de mercancías y servicios
demandados por las grandes cortes. Para ello los pequeños reinos y principados,
solicitaban a menudo, la asistencia de su señor, el gran rey, que enviaba
refuerzos militares o establecía guarniciones. En el terreno de los
intercambios económicos, que asumieron en gran medida la forma de regalos
recíprocos entre las cortes de las grandes potencias, las necesidades
incrementadas del comercio exterior, al haber quedado definido un espacio
económico más amplio, que rebasa los límites del Próximo Oriente, favorecieron
una interacción muy intensa, protegida bien por vía de los métodos diplomáticos
o por los del esfuerzo militar. De modo paralelo, en el ámbito interno la
alianza entre la realeza y la nueva aristocracia militar supuso una mayor
subordinación de los sectores ciudadanos, que verán su situación comprometida,
social y económicamente, siendo reemplazados como factor militar por los guerreros
de élite, a los que los monarcas entregarán concesiones de tierras para su
disfrute.
En Egipto, “Amenofis III estableció
numerosas alianzas matrimoniales con princesas extranjeras de Mitanni, Arzawa y
Babilonia. Respecto de las alianzas matrimoniales con Mitanni, las fuentes
egipcias y acadias señalan que Amenofis III se casó con Gilukhepa, hija de
Shuttarna, y con Tadukhepa, hija de Tushratta. Estos matrimonios sucesivos con
princesas de Babilonia y Mitanni demuestran que las alianzas matrimoniales unían
a los gobernantes en forma personal y a través de ellos a sus estados, de modo
que cuando moría el rey extranjero o la princesa enviada, inmediatamente
comenzaban las negociaciones para restablecer los lazos de unión que habían
sido rotos”[4].
c.
Tratados de vasallaje
El imperio hitita aplicaba en sus
relaciones exteriores los mismos principios e instrumentos que regían las
relaciones internas. Es fundamental el juramento personal, que vincula al rey pequeño
con el grande. Es un tratado escrito de subordinación con clausulas detalladas
y precisas. Estas alianzas eran un medio extremadamente importante de regular
la conducta entre pueblos, sobre todo en el campo de las relaciones
internacionales. Caso característico es el tratado entre el Gran Rey hitita y
sus vasallos de Asia Menor y Siria del norte, en los siglos XV-VIII a.C. “Entre
los tratados de vasallaje…; tenemos: dos tratados de Alalakh del siglo XV en
Siria; el grupo de tratados hititas, entre 1450 y 1200; los tratados de Ras
Samra, que caen en la categoría anterior, ya que los impone el rey hitita a su
vasallo de Ugarit”[5]. Estos eran tratados de
soberanía, los cuales constituían la base formal del imperio. Establecía las
condiciones de la relación entre el estado hitita y los vasallos (grupos de
pueblos de menor cuantía) que aceptaban la soberanía del imperio. El rey ofrecía
proteger a un pueblo a cambio de su apoyo y sus tributos. Esa era la única
opción para muchos pueblos atrapados entre potencias mayores, y les
proporcionaba medios de seguridad en las épocas de trastornos.
Todos estos tratados presentan
algunas diferencias, pero tienen una misma estructura fundamental, que es la
siguiente: 1) Preámbulo: nombre y títulos del Gran Rey. 2) Prólogo histórico
que recuerda los antecedentes del tratado y los favores otorgados por el Gran
Rey. 3) Estipulaciones impuestas al vasallo. 4) Cláusula relativa a la
conservación del documento y a su lectura pública. 5) Lista de los dioses
invocados como testigos. 6) Maldiciones y bendiciones condicionales.
d.
Tratados de fidelidad
La historia egipcia es testigo de
relaciones mantenida con las ciudades-estado de Siria-Palestina, con el fin de
“mantener el dominio de las posesiones asiáticas el estado egipcio dispuso de algunas
medidas de seguridad tendientes a asegurarse el control de las rutas que atravesaban
el corredor sirio-palestino, con el fin de acceder a las zonas proveedoras de materias
primas, bienes de subsistencia y de prestigio”[6].
De esta manera, Tuthmosis III y sus sucesores implementaron una política que
les dio buenos resultados, la cual materializaron entre otras medidas, en la
prestación de juramentos de fidelidad.
En estos tratados, la relación del
gobernador local y el faraón de turno no se concretaron de hecho en la estipulación
de un pacto bilateral, sino sólo con la prestación de un juramento de fidelidad
por parte del jefe local. Es probable que los faraones lo exigieran de todos
los príncipes locales en el momento de su designación como «funcionario» al
servicio de Egipto, o al comienzo del reinado de un nuevo faraón. El juramento
unía a ambas partes mientras los miembros estuvieran vivos y debía ser renovado
en el momento en que hubiera un cambio. La «estela de Gebel Barkal» registra el
primer texto completo que se conoce de un juramento de fidelidad, prestado aquí
a Tuthmosis III. Luego de la primera campaña asiática realizada por Tuthmosis
III, el príncipe de Qadesh, junto con otros jefes del Retenu (Siria y
Palestina), y la población del lugar prestaron un juramento de fidelidad al rey.
Otra referencia a un juramento de fidelidad se encuentra en la «estela de
Menfis» de Amenofis II, aunque las palabras del mismo no están explícitas. Para
el reinado de Akhenaton se conoce una sola carta que describe una ceremonia de
designación de un jefe local y que tal vez hace referencia a un juramento de
fidelidad, aunque los términos del mismo no están registrados.
2.
Concepto general de Alianza
a.
Alianza como experiencia social
En los relatos del Antiguo
Testamento, la alianza, antes de referirse a las relaciones de los hombres con
Dios, pertenece a la experiencia social de los hombres. Al igual que sus
vecinos del Antiguo Medio Oriente, Éstos se ligan entre sí con pactos y
contratos. Acuerdos entre grupos o individuos iguales que quieren prestarse
ayuda: son las alianzas de paz (Gn 14,13; 21,22ss; 26,28; 31,43ss; 1 Re 5,26;
15,19), las alianzas de hermanos (Am 1,9), los pactos de amistad (1 Sa 23,18),
e incluso el matrimonio (Mal 2,14). Por otro lado, el pacto es a menudo un contrato
que el más poderoso impone al inferior (Jos 9,6ss.; 1 Re 20,34; 1 Sam 11,1ss.).
En este caso sólo el poderoso tiene la libertad de decidir, de prestar o no el
juramento; el contrayente inferior guarda una actitud meramente pasiva. Este
acuerdo parte de la suposición que el sujeto pasivo no obrará ciertamente
contra su propio interés, pues rechazar el contrato significaría para él
cambiar la protección derivada del mismo por una situación de inseguridad legal
muy peligrosa. En otras ocasiones los contrayentes realizan el acuerdo por
libre decisión, con mayor o menor paridad de derechos (Gn 21,27. 32; 31,44; 1
Sam 23,18; 2 Sam 5,3). Así entendido, “un pacto es una promesa solemne que se
formaliza mediante un juramento que puede ser una formulación verbal o una
acción simbólica”[7].
b.
Alianza como comunión íntima
Por otro lado, el Antiguo Testamento
“está de acuerdo en que Yahveh ha instituido una relación especial de comunidad
con Israel. La mayor parte de las veces se designa esa «comunión» con el
término berit, al que se aproxima,
aunque no signifique exactamente lo mismo, la palabra «alianza»”[8].
De la etimología de la palabra, la cual es discutida; se ofrece otra
explicación, simple y la menos forzada. Parece ser que berit es una formación nominal de la raíz barah (comer juntos) y se refiere originariamente a esa unión
íntima que se realiza y se simboliza en la comida. En favor de esta teoría se
encuentra el hecho de que la comida no sólo desempeña un papel muy importante
en los relatos de alianzas que tienen lugar entre hombres (cf. Gn 26,30;
31,46.54), sino que además la ofrenda de alimentos junto con el banquete
sacrificial ocupa un lugar central en la liturgia de la religión de la alianza
de Israel. La significación de la cena pascual al hacer presente la acción fundamental
de liberación hecha en favor de Israel por el Dios de la alianza, así como el
antiguo relato de la comida de la alianza en el Sinaí (Ex 24,11), y,
finalmente, el lugar que ocupa el selem (alusión al salôm que se establece por la alianza, en el sentido de plenitud de
paz, salvación), es decir, «el sacrificio de comunión», del que forma parte integrante
la comida sacrificial.
c.
Alianza como unión graciosa
En los estudios del berit, existe además una especie más
antigua de alianza de carácter unilateral, una berit graciosa (Jos. 9; 1 S 18). En esta clase de alianza más
antigua de índole nómada, el beneficiario no tiene ni derechos ni obligaciones.
En cambio hay otra alianza, que considera la berit como un trato bilateral, como un contrato, para lo cual se hace
referencia a David y Jonatán. En este tratado de amistad, la primera actitud
propia del berit, y que lo será para
siempre, es la lealtad. Es a ella a la que se apela en todo momento, no es al
amor o al sentimiento ya que este puede debilitarse. Otras dos actitudes
inamovibles, conforman el berit: la solidaridad y la misericordia: acabando de hablar David a Saúl, el alma de
Jonatán se apegó al alma de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo (1Sam
18,1). Jonatán se apego a la esencia de esta berit cuando David era perseguido: Haz este favor a tu siervo, ya que hiciste que tu siervo estableciera
contigo alianza de Yahvé; si en algo he fallado (1Sam 20,8a). Así
entendido, al berit lo precede un
amar al otro y a los otros, como a sí mismo. El amor es la base, el fundamento
y la fuente del Berit. Berit no es el amor, es el amor elevado
a una relación legal.
La celebración del pacto, produce salôm. Así pues la alianza es una
relación que tiene por contenido la salôm,
una clase de relación donde el que lleva la iniciativa es para significarla. Esta
palabra no significa sólo paz, significa totalidad porque comienza una nueva
totalidad, un nuevo modo de convivir en una armonía ordenada en la que cada uno
cumple sus obligaciones y cuenta con el otro, cada vez que necesita que alguien
sea leal, solidario y misericordioso con él. Finalmente, con respecto a la relación
Dios-hombre, solo se contempla la alianza que se concerta graciosamente. Por
consiguiente, elección es la forma de expresar la alianza que parte siempre de
Dios, y alianza, el modo de decir la elección que, igualmente, arranca
solamente de Yahveh. No hay ninguna connotación de deberes por parte del
receptor, es decir; no hay relación entre pacto y ley.
d.
Alianza como sinónimo de hesed
El hesed es en primer lugar un vínculo jurídico o moral entre unos
hombres que se han asociado. La naturaleza de la asociación es diversa. Los
miembros próximos de una familia están ligados por los deberes del hesed (los esposos: Abraham y Sara Gn
20,13.; los padres y los hijos: Jacob y José Gn 47,29) En sentido amplio, la
familia incluye a los huéspedes (los exploradores, que gozaron de la
hospitalidad de Rahab, se vieron obligados por su parte a testimoniarle su hesed (Jos 2,12-14), lo mismo pasó con el mensajero
divino hospedado por Lot (Gn 19,19). Incluye también a los hombres que se
reintegran a la familia mediante el rescate: entre Booz y Rut se da el hesed (Rut 3,10). Esta palabra no tiene
en este caso ningún sentido afectivo y no deja vislumbrar aquellos sentimientos
que más tarde mostraron Booz y Rut el uno al otro; designa la relación jurídica
y moral entre el goel y la viuda que tiene que «rescatar», esto es, devolver a
la familia. Entre amigos o aliados, la fe jurada es también un hesed (David y Jonatán: 1 S 20,8.14.15;
2 S 9,1.3.7. David y Janún, rey de Ammón: 2 S 10, 2. Jusay finge traicionar el heded que debe a su amigo
David: 2 S 16,17). Los súbditos deben hesed
a la dinastía legitima: Yehoyadá se ha portado con hesed ante el joven rey davídico Joás (2 Cr 24,22); por el
contrario, los hijos de Israel no han mantenido el hesed con la dinastía de Gedeón (Jue 8, 35).
En todas estas ocasiones hesed es, en el fondo, sinónimo de berit. Se trata de una alianza que
impone a los participantes cierto número de deberes jurídicos y morales. El
alcance de estos deberes es razonable y se define por el carácter mismo de la
alianza. No supera nunca los límites de las exigencias normales de una familia,
de una amistad, de una soberanía. Sin el hesed,
las relaciones sociales serían anárquicas; mediante el hesed, se mantienen sólidas, y los vínculos de los individuos
asociados se hacen reales. Cuando los aliados practican el hesed, manifiestan sencillamente que la alianza no es una palabra
vacía, sino que existe de verdad.
3.
Excursus: uso y simbolismo de la sal
En Números 18,19 se nos comenta que todo lo reservado de las cosas sagradas que
los israelitas reservan a Yahvé, serán dados a la familia hebrea, por decreto perpetuo. Y el pasaje continúa
diciendo: Alianza de sal es ésta, para
siempre, delante de Yahvé, para ti y tu descendencia. Pensamiento parecido
nos da el sacerdotal de Lv 2,13 (cf. 2 Cr 13,5): Sazonarás con sal toda oblación que ofrezcas; en ninguna de tus
oblaciones permitirás que falte nunca la sal de la alianza de tu Dios; todas
tus ofrendas llevarán sal.
En el clima caluroso del antiguo
Oriente, la sal era necesaria para la salud de hombres y animales, y era el
principal agente preservante (los textos de la antigua Mari describen su valor
comercial). Cuando se hacían tratados o alianzas, se empleaba sal como símbolo
de la duración de sus estipulaciones. Los contextos babilónicos, persas, árabes
y griegos testifican todos de este uso simbólico. Asimismo, en la Biblia se
identifica el pacto entre el Señor e Israel como un pacto de sal, un pacto preservado
por mucho tiempo. Los aliados que celebraban estos acuerdos por lo general compartían una comida que
incluía carne salada. Por lo tanto, el uso de la sal en los sacrificios era una
forma apropiada de recordar la relación del pacto. Además, la sal impide que
actúe la levadura y, ya que la levadura era símbolo de rebelión, la sal podía
representar fácilmente aquello que inhibía la rebelión.
[2] En relación con los hebreos, el
Bronce Medio pertenece a la época de los Patriarcas bíblicos, aunque es difícil
el fechado preciso de la emigración de Abraham de Mesopotamia y de la de Jacob
a Egipto. Según la opinión de Albright, el movimiento de los terahitas desde Ur
hacia Harán y hacia el oeste debió de producirse en los siglos XX y XIX a.C., y
la emigración a Egipto debe situarse en el XVIII ó el XVII a.C., en relación
con el movimiento de los hicsos.
[5] R. de Vaux. Historia Antigua de Israel I, p. 418.
[7] W.
Dyrness. Op. cit., p. 87.
[8] Alfons Deissler. La revelación personal de Dios en el AT. Op. cit. II, p. 214.
No hay comentarios:
Publicar un comentario