Dios estableció una Alianza con
Israel, la cual estaba condicionada por la obediencia. Aparte de llevar una
vida religiosa en base a un culto, se necesitaba algo más. El Antiguo
Testamento es testigo de la conducta del pueblo: siempre se apartaban. La vida
del pueblo dependía básicamente de guardar los mandamientos como muestra de
amor a Dios, pero no bastaba con esto, también había que temerlo y tener una
comunicación constante a través de la oración. En esto consiste la santidad del
pueblo de la Alianza.
1.
Amor
a Dios
En el Deuteronomio se ordena a Israel
a amar (ájab) a Yahveh su Dios con
todo su corazón, con toda su alma y con
todas sus fuerzas. Así, pues, la forma imperativa (amarás) en que se expresa el
mandamiento del amor no es más que una utilización intencionada del estilo legal
para inculcar esa pretensión divina fundamental que está por encima de toda
ley. Podemos reconocer a estas alturas que este modo de hablar en hebreo
significa un amor que surge de la persona completa. El amor es un sentimiento
interno que hace que todo el ser participe en sus actividades.
Amor es un término denso. Se trata
indudablemente de una palabra de la alianza que conlleva reconocer la soberanía
y mantener el juramento de lealtad en el que se basa la alianza. Sin embargo,
la dimensión política del término no elimina su dimensión afectiva. Así, en el
centro de la obligación de Israel para con Yahveh se encuentra el deseo de
agradarle y de estar con él (Sal 27, 4; 73, 25).
Una forma de demostrar el amor a Dios
está en el hecho de amar al prójimo, el cual incluye hasta los enemigos (Prov 25,21),
en palabras de Tomas de Aquino: «el amor
del prójimo implica el de Dios; el de Dios, en cambio, no excluye el del
prójimo». Esta máxima enunciada en términos jurídicos abandona la concepción
del derecho como rígido límite que circunscribe la conducta social del hombre,
para asignarle el papel de signo orientador hacia una vida moral mucho más
pujante, que elimina de los contenidos de la ley toda ambición política
autocrática y todo interés egoísta, inoculando en ellos su propio espíritu. De
esta forma, amor no es un sentimiento hacia Dios, aunque los sentimientos nunca
se encuentran totalmente ausentes, sino una entrega interior poderosa que se
manifiesta en la obediencia externa. De acuerdo al Deuteronomio, uno ama a
Yahveh si guarda sus mandamientos (Dt 13,3-5).
2.
Temor
a Dios
«El temor de
Dios es semejante al respeto del niño al padre; pero a la vez es algo más» (Otto).
El temor del Señor más que cualquier
otra frase, eslabonó la promesa patriarcal con ley y sabiduría. Como un
ejemplo, son llamados temerosos Abraham (Gn 22,12), José (Gn 42,18), Job (Jb
1,1), las parteras en Egipto (Ex 1,17), Israel en el éxodo (Ex 14,31). Sin
embargo, fue el Deuteronomio el que hizo del temor del Señor el punto focal de
interés (algunos ejemplos: 4,10; 5,26; 10,12; 13,4; 28,58). Este temor no era
el misterioso sentimiento sobrecogedor de concentración mental, sino el
resultado de escuchar, aprender y responder a la Palabra de Dios (4,10). El
temor del Señor iba de la mano con el sentimiento de amarlo y servirlo. “En
efecto, el amor de Dios no se agota en la esfera sentimental, sino que afecta a
todo el hombre y se concreta en la observancia de su palabra, de sus leyes. Por
consiguiente, incluye el temor reverencial a traspasar sus preceptos, a fallar
en las cláusulas de la alianza”[1].
“Así que temerlo era amarlo, permanecer fiel a él y servirlo[2].
Este temor, se inscribe ante los fenómenos grandiosos, desacostumbrados,
aterradores, el hombre experimenta espontáneamente el sentimiento de una
presencia que lo desborda y ante la cual se abisma en su pequeñez. Sentimiento ambiguo,
en el que lo sagrado aparece bajo el aspecto de lo tremendo sin todavía revelar
su naturaleza profunda. Este sentimiento es equilibrado por un conocimiento
auténtico de Dios que lleva a la vida, expresado en las máximas de Proverbios: El temor de Yahvé alarga la vida
(10,27), es fuente de vida (14,27), conduce a la vida (19,23) y Recompensa la vida (22,4). De acuerdo a
estas ideas, puede decirse que el temor a Dios fue un principio teológico
organizado por los sabios de Israel.
El temor al Señor de los hebreos debía
ser único. En las religiones paganas, la gente vive con un temor constante a
los espíritus que deben tratar de aplacar. El temor de Dios que tenía Israel
era más bien una comprensión tremenda de que el santo Dios se había vuelto
hacia ellos y los había escogido para que fueran su pueblo. Por consiguiente,
debían andar con temor, pero con un temor que conducía a la confianza y el
sometimiento, sin la incertidumbre paralizante. La sabiduría, el arte de hacer
planes correctos con los cuales lograr el éxito deseado, según el salmista
comienza con el temor del Señor (Salmo 111:10).
3.
Obediencia
a Dios
La idea básica de obediencia es
escuchar, prestar atención. La persona, como criatura de Yahveh, es alguien que
escucha cuando éste se dirige a ella en su soberanía. Al expresar Yahveh su
voluntad soberana, un elemento clave del ser del hombre es la obediencia, la
respuesta al mandato que se ha escuchado.
El hombre, abandonó la simplicidad de
la obediencia a Dios cuando intentó ensanchar su naturaleza hacia Dios,
buscando un aumento de la vida divina más allá de sus límites creados; en una
palabra, cuando quiso ser como Dios. Con esto el hombre echó a perder su
existencia en el paraíso de las delicias y en la proximidad con Dios. Cuando el
hombre abandona la simplicidad de la obediencia y consigue la ciencia,
rebelándose contra Dios, inicia un camino en el cual se manifiesta cada vez más
poderoso y titánico.
La obediencia se inscribe en el
contexto de la Alianza Sinaítica (Ex 24,7), donde Moisés tomó… el libro de la Alianza y lo leyó ante el
pueblo, que respondió: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé”.
Y es en el postexilio bajo el recuerdo de lo que significó el no escuchar a
Dios donde se matizan las ideas acerca de la obediencia. Por otro lado, en el
Deuteronomio, se percibe teológicamente el fenómeno de la desobediencia con
todas sus oscuras posibilidades, y es impresionante ver cómo poco antes de la
catástrofe, Dios ofrece una vez más la vida a Israel (Dt 30,15 s.). Eliminando casi
siete siglos de desobediencia y coloca a Israel de nuevo en el desierto,
pendiente de los labios de Moisés.
Finalmente, “Yahveh exige obediencia
pero quiere hombres que comprendan sus mandamientos y órdenes, hombres que las
aceptan además internamente. Yahveh exige una obediencia adulta. Así el
Deuteronomio, preocupado como ningún otro por aclarar en estilo homilético los
mandamientos de Yahveh, puede afirmar con toda razón: «El mandamiento está muy
cerca de ti, en tu corazón y en tu boca» (Dt 30, 14)”[3].
Con el tiempo, la acción cultual decayó y por eso obedecer era mejor que
ofrecer sacrificios.
4.
Oración
a Dios
La oración es tanto un acto cultual
como una muestra de devoción al Creador. La oración, que establece una relación
personal entre el hombre y Dios, es el acto fundamental de la religión.
Eichrodt comenta que por todos lados
están las huellas de la oración israelita citando los términos gritar y llamar
que son comunes para el vocablo oración (Gn 4,26). “Rastros de antiguas
costumbres de oración quedan en el uso de los verbos hitpallel, propiamente "hacerse cortes", y hillah "acariciar", que hacen
pensar en la costumbre de herirse para llamar la atención de la divinidad o de
rozar con los labios o las manos la imagen o el símbolo de la divinidad, sin
que esto quiera decir, naturalmente, que el orante yahvista siguiera siendo
consciente de tal significación”[4].
Normalmente se oraba en el templo, es
decir, en el atrio, volviéndose hacia el santuario, Sal 5,8; 28,2; 138,2. En el
judaísmo posterior a la cautividad, fuera de Jerusalén, se oraba vueltos hacia
la ciudad santa y hacia el templo 1 Re 8,44.48. Daniel oraba en su cámara alta
junto a una ventana orientada hacia Jerusalén (Dan 6,1). La oración que de
acuerdo a su expresión podía ser de pie o de rodillas era una comunicación
directa con Dios sin intermediarios celestiales, siendo además una forma de
relación devota entre el orante y Yahveh.
Terminamos esta parte con un
pensamiento de Rahner: Sublime cosa es la
oración. Es una voz que se alza desde las profundidades del corazón. Y ¿qué hay
sobre la tierra más elevado que el corazón sencillo, creyente y amante? Es una
palabra dicha a Dios que Él escucha con amor y la toma en su corazón. De
acuerdo a esta idea la oración va desde adentro hacia afuera, se materializa
cuando se piensa o cuando se habla a Yahveh, para el creyente
veterotestamentario que se acercaba a Dios con actitud había respuesta, pues
Dios tomaba en su suplica, la atesoraba en su corazón y tal como en la tienda
del encuentro venía al orante en una respuesta, la historia sagrada nos dice
que Ana, estaba ella llena de amargura y
oró a Yahvé llorando sin consuelo,…
Mientras ella prolongaba su oración ante Yahvé, Elí observaba sus
labios. Ana oraba para sus adentros; sus labios se movían, pero no se oía su
voz. Esta actitud piadosa buscaba Yahveh en el Antiguo Testamento, es la
misma que busca hoy.
[4]
Eichrodt. Teología del Antiguo Testamento I, p. 157. Véase además: Ex 17,16;
32,11; 1 Sm 13,12; 1 R 13,6; 18,28; Os 13,2.