martes, 19 de junio de 2012

Santidad y Alianza


Dios estableció una Alianza con Israel, la cual estaba condicionada por la obediencia. Aparte de llevar una vida religiosa en base a un culto, se necesitaba algo más. El Antiguo Testamento es testigo de la conducta del pueblo: siempre se apartaban. La vida del pueblo dependía básicamente de guardar los mandamientos como muestra de amor a Dios, pero no bastaba con esto, también había que temerlo y tener una comunicación constante a través de la oración. En esto consiste la santidad del pueblo de la Alianza.

1.    Amor a Dios

En el Deuteronomio se ordena a Israel a amar (ájab) a Yahveh su Dios con todo su  corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Así, pues, la forma imperativa (amarás) en que se expresa el mandamiento del amor no es más que una utilización intencionada del estilo legal para inculcar esa pretensión divina fundamental que está por encima de toda ley. Podemos reconocer a estas alturas que este modo de hablar en hebreo significa un amor que surge de la persona completa. El amor es un sentimiento interno que hace que todo el ser participe en sus actividades.
Amor es un término denso. Se trata indudablemente de una palabra de la alianza que conlleva reconocer la soberanía y mantener el juramento de lealtad en el que se basa la alianza. Sin embargo, la dimensión política del término no elimina su dimensión afectiva. Así, en el centro de la obligación de Israel para con Yahveh se encuentra el deseo de agradarle y de estar con él (Sal 27, 4; 73, 25).
Una forma de demostrar el amor a Dios está en el hecho de amar al prójimo, el cual incluye hasta los enemigos (Prov 25,21), en palabras de Tomas de Aquino: «el amor del prójimo implica el de Dios; el de Dios, en cambio, no excluye el del prójimo». Esta máxima enunciada en términos jurídicos abandona la concepción del derecho como rígido límite que circunscribe la conducta social del hombre, para asignarle el papel de signo orientador hacia una vida moral mucho más pujante, que elimina de los contenidos de la ley toda ambición política autocrática y todo interés egoísta, inoculando en ellos su propio espíritu. De esta forma, amor no es un sentimiento hacia Dios, aunque los sentimientos nunca se encuentran totalmente ausentes, sino una entrega interior poderosa que se manifiesta en la obediencia externa. De acuerdo al Deuteronomio, uno ama a Yahveh si guarda sus mandamientos (Dt 13,3-5).

2.    Temor a Dios

«El temor de Dios es semejante al respeto del niño al padre; pero a la vez es algo más» (Otto).
El temor del Señor más que cualquier otra frase, eslabonó la promesa patriarcal con ley y sabiduría. Como un ejemplo, son llamados temerosos Abraham (Gn 22,12), José (Gn 42,18), Job (Jb 1,1), las parteras en Egipto (Ex 1,17), Israel en el éxodo (Ex 14,31). Sin embargo, fue el Deuteronomio el que hizo del temor del Señor el punto focal de interés (algunos ejemplos: 4,10; 5,26; 10,12; 13,4; 28,58). Este temor no era el misterioso sentimiento sobrecogedor de concentración mental, sino el resultado de escuchar, aprender y responder a la Palabra de Dios (4,10). El temor del Señor iba de la mano con el sentimiento de amarlo y servirlo. “En efecto, el amor de Dios no se agota en la esfera sentimental, sino que afecta a todo el hombre y se concreta en la observancia de su palabra, de sus leyes. Por consiguiente, incluye el temor reverencial a traspasar sus preceptos, a fallar en las cláusulas de la alianza”[1]. “Así que temerlo era amarlo, permanecer fiel a él y servirlo[2]. Este temor, se inscribe ante los fenómenos grandiosos, desacostumbrados, aterradores, el hombre experimenta espontáneamente el sentimiento de una presencia que lo desborda y ante la cual se abisma en su pequeñez. Sentimiento ambiguo, en el que lo sagrado aparece bajo el aspecto de lo tremendo sin todavía revelar su naturaleza profunda. Este sentimiento es equilibrado por un conocimiento auténtico de Dios que lleva a la vida, expresado en las máximas de Proverbios: El temor de Yahvé alarga la vida (10,27), es fuente de vida (14,27), conduce a la vida (19,23) y Recompensa la vida (22,4). De acuerdo a estas ideas, puede decirse que el temor a Dios fue un principio teológico organizado por los sabios de Israel.
El temor al Señor de los hebreos debía ser único. En las religiones paganas, la gente vive con un temor constante a los espíritus que deben tratar de aplacar. El temor de Dios que tenía Israel era más bien una comprensión tremenda de que el santo Dios se había vuelto hacia ellos y los había escogido para que fueran su pueblo. Por consiguiente, debían andar con temor, pero con un temor que conducía a la confianza y el sometimiento, sin la incertidumbre paralizante. La sabiduría, el arte de hacer planes correctos con los cuales lograr el éxito deseado, según el salmista comienza con el temor del Señor (Salmo 111:10).

3.    Obediencia a Dios

La idea básica de obediencia es escuchar, prestar atención. La persona, como criatura de Yahveh, es alguien que escucha cuando éste se dirige a ella en su soberanía. Al expresar Yahveh su voluntad soberana, un elemento clave del ser del hombre es la obediencia, la respuesta al mandato que se ha escuchado.
El hombre, abandonó la simplicidad de la obediencia a Dios cuando intentó ensanchar su naturaleza hacia Dios, buscando un aumento de la vida divina más allá de sus límites creados; en una palabra, cuando quiso ser como Dios. Con esto el hombre echó a perder su existencia en el paraíso de las delicias y en la proximidad con Dios. Cuando el hombre abandona la simplicidad de la obediencia y consigue la ciencia, rebelándose contra Dios, inicia un camino en el cual se manifiesta cada vez más poderoso y titánico.
La obediencia se inscribe en el contexto de la Alianza Sinaítica (Ex 24,7), donde Moisés tomó… el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé”. Y es en el postexilio bajo el recuerdo de lo que significó el no escuchar a Dios donde se matizan las ideas acerca de la obediencia. Por otro lado, en el Deuteronomio, se percibe teológicamente el fenómeno de la desobediencia con todas sus oscuras posibilidades, y es impresionante ver cómo poco antes de la catástrofe, Dios ofrece una vez más la vida a Israel (Dt 30,15 s.). Eliminando casi siete siglos de desobediencia y coloca a Israel de nuevo en el desierto, pendiente de los labios de Moisés.
Finalmente, “Yahveh exige obediencia pero quiere hombres que comprendan sus mandamientos y órdenes, hombres que las aceptan además internamente. Yahveh exige una obediencia adulta. Así el Deuteronomio, preocupado como ningún otro por aclarar en estilo homilético los mandamientos de Yahveh, puede afirmar con toda razón: «El mandamiento está muy cerca de ti, en tu corazón y en tu boca» (Dt 30, 14)”[3]. Con el tiempo, la acción cultual decayó y por eso obedecer era mejor que ofrecer sacrificios.

4.    Oración a Dios

La oración es tanto un acto cultual como una muestra de devoción al Creador. La oración, que establece una relación personal entre el hombre y Dios, es el acto fundamental de la religión.
Eichrodt comenta que por todos lados están las huellas de la oración israelita citando los términos gritar y llamar que son comunes para el vocablo oración (Gn 4,26). “Rastros de antiguas costumbres de oración quedan en el uso de los verbos hitpallel, propiamente "hacerse cortes", y hillah "acariciar", que hacen pensar en la costumbre de herirse para llamar la atención de la divinidad o de rozar con los labios o las manos la imagen o el símbolo de la divinidad, sin que esto quiera decir, naturalmente, que el orante yahvista siguiera siendo consciente de tal significación”[4].
Normalmente se oraba en el templo, es decir, en el atrio, volviéndose hacia el santuario, Sal 5,8; 28,2; 138,2. En el judaísmo posterior a la cautividad, fuera de Jerusalén, se oraba vueltos hacia la ciudad santa y hacia el templo 1 Re 8,44.48. Daniel oraba en su cámara alta junto a una ventana orientada hacia Jerusalén (Dan 6,1). La oración que de acuerdo a su expresión podía ser de pie o de rodillas era una comunicación directa con Dios sin intermediarios celestiales, siendo además una forma de relación devota entre el orante y Yahveh.
Terminamos esta parte con un pensamiento de Rahner: Sublime cosa es la oración. Es una voz que se alza desde las profundidades del corazón. Y ¿qué hay sobre la tierra más elevado que el corazón sencillo, creyente y amante? Es una palabra dicha a Dios que Él escucha con amor y la toma en su corazón. De acuerdo a esta idea la oración va desde adentro hacia afuera, se materializa cuando se piensa o cuando se habla a Yahveh, para el creyente veterotestamentario que se acercaba a Dios con actitud había respuesta, pues Dios tomaba en su suplica, la atesoraba en su corazón y tal como en la tienda del encuentro venía al orante en una respuesta, la historia sagrada nos dice que Ana, estaba ella llena de amargura y oró a Yahvé llorando sin consuelo,…  Mientras ella prolongaba su oración ante Yahvé, Elí observaba sus labios. Ana oraba para sus adentros; sus labios se movían, pero no se oía su voz. Esta actitud piadosa buscaba Yahveh en el Antiguo Testamento, es la misma que busca hoy.


[1] S. A. Panimolle. Amor. En, Nuevo diccionario de teología bíblica. Ediciones Paulinas, p. 73.
[2] W. Kaiser (Jr.). Teología del Antiguo Testamento, p. 213.
[3] Gerhard von Rad. Teología del Antiguo Testamento I, p. 236.
[4] Eichrodt. Teología del Antiguo Testamento I, p. 157. Véase además: Ex 17,16; 32,11; 1 Sm 13,12; 1 R 13,6; 18,28; Os 13,2.